No soy un libro
José María Merino
Cuando estaban ya cerca de
la estación, el cielo volvió a llenarse de aquel misterioso resplandor cuando
ya cerca de la estación estaban volvió el cielo a llenarse de aquel resplandor
misterioso cuando
estaban ya cerca
el resplandor en el cielo
el resplandor misterioso
la estación cercana
no soy un libro
NO SOY UN LIBRO
N O S O Y U N L I B R O
de la calle, grupos de gente cruzaron corriendo una gran plaza lejana.
Habían cerrado ya los comercios y estaban ellos solos. Quedaron quietos,
mirando al cielo. El centro del resplandor se hizo más intenso, hasta que de él
pareció brotar una esfera, y luego tres más, que se ordenaron como los cuatro
vértices de un cuadrado para separarse luego con rapidez, como si se dirigiesen
a los cuatro puntos cardinales. El resplandor se extinguió instantáneamente y
la gente salió otra vez a la calle con aire temeroso y huidizo.
Recogieron un periódico de la
papelera y lo hojearon. Estaba redactado en aquel extraño francés
incomprensible, pero a Juan Luis le pareció que hablaba de la reunión de un
Consejo y de medidas militares. Una gran parte del periódico estaba ocupada por
las fotos de aquellas esferas.
–Debe estar pasando algo muy
gordo –dijo Juan Luis–. Y tendremos que volver a casa, os pongáis como os
pongáis.
–Habrá que hablar primero con
ellos ¿no? –repuso Marta–. A ver qué nos cuentan.
–Yo propongo que nos vayamos a
Alemania –dijo Piri–. Si allí tampoco nos cambian la pasta, ni conseguimos
hablar con Madrid, hago lo que digáis, y si hay que volver, se vuelve.
–¿Entonces nos vamos a Colonia?
–preguntó Marta. –¿Y por qué no a Múnich? –propuso Juan Luis, y los otros
estuvieron de acuerdo.
Había muy poca gente en la
estación, pero el empleado de la ventanilla apenas se fijó en sus carnets, que
Marta le había entregado cuidadosamente abiertos en la página en que figuraban
los anteriores trayectos. Ella había escrito en un papel el nombre de la ciudad
a la que pretendían llegar: München. Al leerlo, el hombre
titubeó un momento, pero luego la miró, con un atisbo de sonrisa, y escribió en
las casillas las correspondientes anotaciones antes de sellar los carnets y
devolvérselos.
Se instalaron en un departamento
vacío. Las máquinas expendedoras habían reaccionado al fin favorablemente a la
calderilla española, hábilmente manejada por Piri, y les habían proporcionado
latas de refresco y grandes pasteles envueltos en papel de celofán. El tren
partió sin que nadie más hubiese entrado en el departamento y pudieron
instalarse cómodamente. Antes de dormir, Marta recogió en su agenda los sucesos
del día incorporando la última rareza: el empleado, al escribir en los carnets
el nombre de la ciudad de destino, había escrito Mu/unchën seguido de otra palabra que no sé si podré mantener por
mucho tiempo el esfuerzo de reordenar estos signos para hacer inteligible mi
mensaje.
No sé si
este mensaje llegará a ser conocido e interpretado por los suficientes lectores.
Sabemos que los humanos reciben
información por medio de estos objetos que llaman libros y el acopio de
energía que estoy recibiendo me hace imaginar que alguien me lee: pues la
recepción de mi mensaje genera una energía inversa que repone mis reservas y
me permite trabajar en esta labor de transformación.
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NO S O Y UN LIBR O
El accidente
que hizo desplomarse mi unidad me ha dejado perdido y apresado en este objeto
del que no puedo salir, pero no soy un libro, soy un ser pensante, como tú,
aunque todos los elementos que me componen difieran absolutamente de los que
te componen a ti.
Tengo
habilidades y conocimientos que superan a los tuyos porque mi especie es mucho
más antigua que la tuya, y está muy perfeccionada, pero ahora me encuentro
inerme y te necesito.
Lo que ha
sucedido es resultado de un terrible error que puede destruirnos a todos
Sigue
leyendo. Debes liberarme.
Sigue leyendo. Debes liberarme.
Sigue leyendo. Debes liberarme.
Juan Luis dormía ya, tumbado en
el asiento frontal, y Piri se había ido al departamento contiguo, que estaba
también vacío, para acostarse a su vez.
Hacía
un rato que Marta había terminado sus anotaciones, pero se había quedado
distraída, con la agenda entre las manos. Al fin cerró la agenda, apagó la luz
y se tumbó.
El suave traqueteo del tren hacía oscilar sus pensamientos en la orilla
del sueño y todos los extraños descubrimientos de los últimos días le
parecieron cargados de lógica, aunque ella no fuese capaz de comprenderlos. Intentó
reflexionar con detalle, pero una vez más las tensiones y el cansancio del día
anterior la obligaron a dormir, sin que
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